Las mujeres y los niños son las principales víctimas que sufren la violencia doméstica o familiar. Afortunadamente, en el caso de las mujeres maltratadas existen cada vez más ayudas y recursos, mientras que la atención e intervención sobre las consecuencias que se derivan para sus hijos es todavía bastante escasa. En el siguiente artículo se expondrá la gravedad de las repercusiones que supone para los hijos de hogares violentos el haber sido víctima o testigo del maltrato familiar, haciendo especial hincapié en el aspecto traumático de tal experiencia, que puede ser valorado por un psicólogo forense.
Por Beatriz Helena Martin Burgos. Psicóloga forense.
El término violencia familiar hace referencia a cualquier forma de abuso, ya sea físico, psicológico o sexual, que tiene lugar en la relación entre los miembros de una familia (Corsi, 1994). El abuso se ejerce cuando un miembro de un grupo ejerce una superioridad sobre el resto, que se encuentran en inferioridad respecto a él, bien sea por edad, fuerza, u otras razones, con el objetivo de ejercer un control, normalmente a través del miedo. Tradicionalmente, en la estructura familiar, quien se encuentra en inferioridad son las mujeres, niños y ancianos, es por ello que son las principales víctimas de la violencia doméstica.
En el caso de la violencia doméstica hacia la mujer, se han creado y propiciado un gran número de recursos, ayudas institucionales, y elaborado diferentes programas de intervención sobre las consecuencias psicológicas. Sin embargo, la situación de los menores, testigos del maltrato hacia su
s madres y víctimas de la inestabilidad en el hogar, todavía no ha recibido tan amplia atención.
La exposición a la violencia familiar afecta al desarrollo psicoevolutivo del menor, especialmente si el menor también ha sido víctima de malos tratos. Los menores manifestaran su desadaptación en diferentes ámbitos de su vida como es el personal, social, familiar y/o escolar, a través de dos tipos de conductas: conductas externalizantes (agresividad, problemas de conducta, etc.), y conductas internalizantes (inhibición, miedo, depresión, etc.). Además del malestar psicoemocional, el menor aprenderá un modelo agresivo para relacionarse con su entorno y la familia, que pasará muy probablemente si no hay una intervención, a la vida adulta y por tanto a su futura familia, repitiendo patrones y roles (bien de víctima o de agresor). Aprenderá a normalizar conductas violentas, tanto fuera como dentro del hogar. Debido a su inestabilidad emocional, se encontrará en situación de vulnerabilidad y podrá verse más susceptible de presentar trastornos emocionales, de conducta, abuso de sustancias, problemas interpersonales, etc.
Es por todo ello la importancia de una detección y atención del problema hacia los menores y hacia el sistema familiar. Los aspectos traumáticos y los patrones de agresividad aprendidos han de ser atendidos para el correcto desarrollo psicoevolutivo de nuestros hijos, y una normalización de la etapa adulta. El psicólogo forense realizará una valoración del conjunto familiar en el ámbito judicial, siempre basándose en el rigor de una metodología científica, y buscando por encima de todo el interés del menor.